lunes, 22 de abril de 2013

Lunes de locales y nacionales



Maquinarias



1


Para qué sirve todo eso te digo tu fiebre tu sollozo
Para qué sirve gritar o darle cabezazos a la niebla
Por qué romperse en las ramas rasguñar esos níqueles
Con qué objeto salarse mancharse darse dolor o darse ira
Te digo que uno no sabe a veces cómo salir de esta campana
Te repito que anda uno por las calles ahogándose
Y por todos lados nos preguntan el precio la obligación
Ya no nos dejan dormir tranquilos soñar tranquilos murmurar
Estamos solos amor no sabemos nada sabemos nada nada
Solamente puedo ver esos chispazos al fondo de tus ojos
Puedo sentir tu saliva en los deslizamientos nocturnos
Toco las sábanas que cubren tus hombros perfectos y me callo
Suenan maquinarias profundas en medio del azul formidable
Se rasgan las orillas dicen que estamos enfermos que somos tontos
Sé que ves en mi boca los dulces envenenamientos del beso
Comprendo cuánto vas olvidándome cuánto te voy perdiendo
Para qué sirven digo mi fiebre o mis lágrimas bajas
Pinches basureras palabras Y una vez más por qué enojarse
No hay motivo nada pasa nada sucede El alto cielo mexicano
Está llenándose Así el silencio va cubriendo el amor




2

Come aquí el amor sus panes
de ángulos alucinantes; aquí se viste
con su ropa bruñida. En este sitio
hácese con dolor. No es otra su nación
pues aquí nace, cunde y se alumbra todo.
Va teniendo a centímetros su cara ardiente;
va poseyendo, a miles, sus ilustres miembros.
Cómo el amor se moja aquí, cómo se aclara
su corazón, cómo se pulen a puñados
las redondas arenas de su orbe.
Destila sus licores de candente frialdad
y perfecciona el astro de lo que en él
ha da ser más que él: muerte, abismo, libertad, luz,
odio puro. Lugar de amor, así, ese que aquí
va desgarrando el aire con sus filos de flores
y con el agua del silencio hecha sólo de tiempo.
El amor, de tan grande, no cabe en este cuerpo
y a él debe rendirse. Tal es la ley
que lo ceba en sus brillos y sin cesar
lo inunda, le da panes, lo olvida. Irremediablemente.




3

Veré cómo el fuego inunda la tiniebla
y el modo angélico en que tu cuerpo nace de mi cuerpo.
Nada seré en la sombra para ti sino
el hambre celestial de mis miembros y el furor dulce
de mi ansia, brillando en la pradera de la alcoba.
Apenas un dibujo de sangre sobre tus piernas, una sed,
un cuchillo, un lobo metafísico. Un sueño
sobre las doradas pantallas del amor, vibrante.
Tú te convertirás en una sílaba de mi pecho,
tus delgadas facciones recorrerán el cielo de mi boca.
Seremos semejantes hasta el dolor, mujer y hombre
saciados y contritos, inclinados
hacia el reflejo de la tierra fecunda
que los sostiene. Verás cómo el fuego me cubre, cómo
la oscuridad se esconde en los pliegues de la luz.
La enormidad de la noche es una anécdota sucia,
una esencia que va convirtiéndose en apariencia.
Te digo que somos más grandes que la noche, que ahora sólo basta
nuestro murmullo para que el fuego
entre aquí, llene todo esto, nos inunde.





                                                                                                               David Huerta
                                                                                                               (México, 1949)


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Historia

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del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes

Primera edición en Práctica Mortal: 2009

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