Los dispersos
y
en una equivocada edad donde caminan
los
dispersos los que no han abierto
su
verdad al mundo aún el resuelto como la quitanza
de
lo que todos saben pero no
han
pronunciado
perduran
o perseveran en lo limpio los dispersos
en
la desigualdad del orden donde guardan
como
la sed como la musitante sed su avinagrado día
en
ese digno
afán
con una cifra
en
la orilla de los números del mundo
miserables
los dispersos reiteradamente juntan
cuatro
cosas y el alegre respirón de un aire viejo
se
saludan
se
sospechan
desde
la mutante memoria del amor
o
la palabra (cualquier gesto) los agrupa
y
los retiene
convidados
de piedra confundidos en todo
casi
se pierden casi se dan
por
omitidos unos a veces
y
apagan con los dedos una llama
escriben
en la arena dicen que son niños
soplan
con el polen transparente
y
se ríen
pasan
con su piedra ardiente rotan como púlsares
se
impacientan se distraen se despiden
los
dispersos
unas
veces no
los
hallaremos más nadie diría petrificados
sus
jardines su reloj sus herramientas
su
triste manera de mirar algo tan lejos
muy
algo tan lejos
qué
raros son
los
dispersos
a
nadie le gusta tenerlos demasiado tiempo cerca
parecen
ácido o luz
queman
sorprenden incomodan no sabe uno qué hacer
abre
la puerta
deja
que salgan
toma
gracias adiós
y
que Dios
te
cuide
pero
no vuelvas
ruido
ruido
en el corazón
de
los dispersos
eso
debe
pasar porque enmudecen
gritan
cantan
sufren
se despiertan
porque
se van a pie distancias
que
nadie quiere caminar
y
no se cansan
sólo
se mueren a veces
porque
en su respiración hay un murmullo que parece canto
una
razón
que
no los deja vivir que no los deja quedarse
y
cómo hacer cómo decirles
que
ya no
hay
casi lugar
en
esta cárcel para ellos
Jorge Fernández
Granados (Ciudad de
México, 1965)
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