Envío
Lo que un día nos gustó
deja pronto de atraernos.
Lo que solía deleitarnos
se asienta como fina ceniza en
nuestra lengua.
Lo que abrazamos una vez,
nos abraza.
Las cosas, es cierto,
tienen un destino:
Conexiones y descargas misteriosas
como el lenguaje de
las nubes.
En esto se ha convertido
mi vida,
Mitad indescifrable, mitad
nueva geografía,
Paisaje detenidos en
penumbra, memoria barrida,
La voz superpuesta no es
la mía.
Mientras tanto, el topo
avanza en sus ensueños
subterráneos,
Los perros echados por ahí
como tapetes,
Los pájaros espulgan su
plumaje, los insectos abandonan
su caparazón.
Sin definirse el
horizonte, sin sosiego el hormiguero.
Sucede sólo lo que sucede,
Y lo que ocurrió para que
existiera, ni tan siquiera existió.
Y aún así, ¿quién busca
una vida tal?
Nada que venga y nada que
lo anteceda, sin hoy, sin ayer.
Mañana, ¿un instante que
nadie vivirá?
En cuanto a mí, asumo todo
aquello que declina,
El tráfico que mengua en
la recta, la oscuridad y lo oscuro,
Las estrellas fugaces, de
donde quiera vengan, adonde
quiera vayan.
Aceptaré lo que se
desploma bajo su propio peso triste:
Los cuadro de Albert
Pinkham Ryder, por ejemplo,
El lenguaje, el estado del
tiempo, la palabra de Dios.
Tomaré como ícono y
testamento
La claridad metafísica del
mundo natural,
Sol en un poste, piedra
sobre piedra.
Charles
Wrigth
(Tennesse, 1935)
Traducción:
Jeannette L. Clariond
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