El enchufe, caray
A la memoria de Xhevdet Bajraj.
Para Mariana y Raúl, siempre.
Nos encontramos en la embajada chihuahuense,
ese lugar con bandera como camisa de cuadros
que se encontraba en el centro de una santa
llamada María y su velo era una ribera
desde donde veíamos a Bergman, la muerte, el mar.
Bebemos y fumamos como si no supiéramos
hacer otra cosa, los gatos
nos rodean como guardaespaldas,
pero lo que cuidan en verdad es el espíritu
de ese momento lleno de humo que se escapa.
Te escucho. Reímos. Es la primera
vez que nos vemos, pero qué calor tan gemelo.
Tu amada Vjollca ríe mientras acaricia a Pipo,
te burlas de los poetas que se toman demasiado en serio,
comienzan las anécdotas, la guerra,
tus pasos enlodados de días y días,
tu acento escondido, los perros
amados y los familiares perdidos,
el nacer en un país que ya no existe.
Ningún país existe en realidad.
¿Y tú qué? Me preguntaste.
Nada, vengo de allá de donde vino tu Raúl
y trato de no tomarme tan enserio
y este muchacho dramaturgo
que ves a mi lado no es mi novio
y hace poco leí tu libro
y lloré mucho porque el tamaño de tu dolor
es tan grande que nos abraza a todos
y nos da el derecho a soñar
y a sembrar flores donde otros siembran cuerpos
y te reíste y la casa tembló un poco con tu risa
y aproveché el descuido y te robé un cigarro
riéndome también de tan feliz
y te presté un libro que no te gustó
pero siempre fuiste tan amable, caray, tan cuate,
no, mano, no, y con eso decías todo.
Ahora que te has ido abro tu libro y me hablas
como esa primera vez en la ribera.
Estas
lágrimas, Xhevdet, son hijas de la alegría.
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