Lo
maravilloso en la poesía
o
víctima de unos pececillos decorativos
o
víctima de unos pececillos decorativos
Mis poemas nadie los publicó.
Nadie los lee.
Son peligrosos:
despiertan bajos instintos,
corrompen el espíritu.
(Como afirma aquel
que aparecerá al final).
Son nocivos sobre todo para
los niños.
Para los adultos también.
Me abandonaron todos los
amigos.
Dejaron de amarme todas las
muchachas.
Dijo una viuda que era yo un
sujeto demoníaco.
Para no estar solo,
me compré tres pececillos
rojos.
En una pecera de cristal.
Los alimentaba con pulgas
acuáticas
y les cambiaba el agua.
Una vez
el gato pelado de la dueña
escogió el momento propicio
para hurtar
al más travieso, al más
hermoso.
Los dos restantes daban
vueltas horrorizados
en cuanto oían al pérfido
animal.
Pero yo los protegía
celosamente.
Una noche lluviosa,
por tristeza,
por soledad
o vaya a saber por qué,
decidí leer en voz alta
el poema que había escrito
ese día.
Ridiculizándome a mí mismo,
hice una reverencia ante los
pececillos
y declaré:
-¿Me permiten recitar unos
versos?
Les leí un cínico
poema antisocial.
(Como afirma aquel
que aparecerá al final).
Cuando de nuevo los miré,
mi rostro se petrificó por
la sorpresa:
su color se había vuelto
gris oscuro;
con enormes mandíbulas
y dientes afilados
parecían tiburones
minúsculos.
No rozaron siquiera las
pulgas acuáticas
que del paquete les vertí,
pasaron con desdén delante
de las migas de pan.
Agarré entonces al gato,
al gato pelado de la dueña,
y lo arrojé sobre ellos.
En un instante, en dos
el infeliz animal fue
destrozado.
Desde ese día aquello se
volvió
su alimento preferido.
Yo cada noche les leía
mi poesía depravada
(como afirma aquel
que aparecerá al final),
y ellos crecían
volviéndose fieros.
Se convirtieron en tiburones
verdaderos.
La pecera con dificultad los
contenía
y los gatos no los
satisfacían.
A partir de ahí todo se
desarrolló fulminante
y lógicamente:
cuando estaba leyéndoles el
más terrible de mis poemas,
la pecera crujió
para romperse luego.
Los tiburones embistieron.
El más apacible abrió cuanto
pudo sus mandíbulas
y me engulló.
El otro devoró el armario
donde estaba oculto un
delator.
1961
(Vitoshko 1933 – 2008)
Pág. 115
Poesía y Poética #38
Departamento de LetrasPoesía y Poética #38
Otoño 2000
Universidad Iberoamericana
Traducción: Reynol Pérez
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