miércoles, 24 de junio de 2015

Un poema de Charles Wright


Envío
  
Lo que un día nos gustó deja pronto de atraernos.
Lo que solía deleitarnos se asienta como fina ceniza en
                nuestra lengua.
Lo que abrazamos una vez, nos abraza.

Las cosas, es cierto, tienen un destino:
Conexiones y descargas misteriosas como el lenguaje de
                las nubes.
En esto se ha convertido mi vida,

Mitad indescifrable, mitad nueva geografía,
Paisaje detenidos en penumbra, memoria barrida,
La voz superpuesta no es la mía.

Mientras tanto, el topo avanza en sus ensueños
                subterráneos,
Los perros echados por ahí como tapetes,
Los pájaros espulgan su plumaje, los insectos abandonan
                su caparazón.

Sin definirse el horizonte, sin sosiego el hormiguero.
Sucede sólo lo que sucede,
Y lo que ocurrió para que existiera, ni tan siquiera existió.

Y aún así, ¿quién busca una vida tal?
Nada que venga y nada que lo anteceda, sin hoy, sin ayer.
Mañana, ¿un instante que nadie vivirá?

En cuanto a mí, asumo todo aquello que declina,
El tráfico que mengua en la recta, la oscuridad y lo oscuro,
Las estrellas fugaces, de donde quiera vengan, adonde
                quiera vayan.

Aceptaré lo que se desploma bajo su propio peso triste:
Los cuadro de Albert Pinkham Ryder, por ejemplo,
El lenguaje, el estado del tiempo, la palabra de Dios.

Tomaré como ícono y testamento
La claridad metafísica del mundo natural,
Sol en un poste, piedra sobre piedra.


Charles Wrigth
(Tennesse, 1935)

Traducción: Jeannette L. Clariond