martes, 27 de noviembre de 2018

Poema de la casa con canción recién encontrada


Lengua que nada dice

Negra tu lengua negro tu mediodía negra tu esperanza

Vasko Popa

Ahora que escribo mi lengua
se vuelve negra. Las vacas
en el prado tienen ahora
la lengua negra,

los niños en las calles
juegan con su lengua negra,

los amantes en su cobardía
resguardan con pavor su lengua negra,

negra de vergüenza, negra
como la tumba de mis ojos, negra
como mi tía la Negra, negra
sin tantas fiestas y sin tanto alarde, negra.

Los lobos escondidos en el baño
tienen la lengua negra,

tu madre mientras cocina la lengua
negra de las vacas del prado,

saborea el platillo
con su lengua negra,

el viento peina el pelo de los perros
con su lengua negra,

ahora entre el vómito mi lengua
se viste con el luto proclamado de la pena negra,
como la tormenta en la ciudad, negra
como la ciega canción de las ventanas, negra
sin otro compañero que el negro, negras
como las canicas de los niños con la lengua negra, negras
como las luces mercuriales de la calle, negras
como las manzanas en el campo, negras
y negras serpientes con la lengua negra, negras
como las pestañas de las nubes negras.

Los gatos escupen bolas negras
de su lengua negra,

las vacas lamen con su lengua negra
la sonrisa podrida de los cadáveres,

los cabellos de Margarete se han vuelto negros,
tus cabellos de oro Margarete.

El conserje que libera a los lobos
libera a los lobos con su lengua negra. 

En el prado cae la lengua negra de la noche
como la lengua de las ancianas de la iglesia,
como la nostalgia de una luz que no viene,
como la nostalgia de una luz que no vendrá. 


Poema perteneciente a Ídolos (Montea, 2017)

 
¡Viva Victoria Santa Cruz!

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Poema de la casa


Muerte blanca

Los santeros de mi vecindad
cantan entre cortinas blancas,
entre cuerpos blancos, sábanas puras,
entre el calor y la hierba de los santos.
Casi me parece escuchar
aquellos versos de Guillén:
¡Yambambó, yambambé!
Y mira que yo no conozco
muchas canciones ocultas,
y no he salido de mi país
para bailar y beber en otras lenguas,
¡Yambambó, yambambé!
El sol que me cubre es el mismo
y la piel que me cubre es la misma.
La cabra que vivía en el pasillo
ha desaparecido. La cabra era blanca
y blanco su sacrificio. Casi me parece
escuchar aquellos versos de Guillen:
¡Yambambó, yambambé!
El hombre me parece efímero y hermoso
y débil como una flor arrinconada.
El hombre y los rituales del hombre, ¡Yambambó!
La suerte de la granja en sacrifico, ¡Yambambé!
Ellos lo curan todo, ¡Yambambé!
Ellos viven felices, ¡Yambambó!

¿Por qué mataron a la cabra, güerita?
Para protegernos de la calle, güerito.

Blanca puede ser también la muerte
entre cortinas y sábanas blancas,
clara la noche, cielo de veladoras.
Casi me parece escuchar
aquellos versos de Guillén.
Pueden dormir tranquilos.
Afuera alguien canta y nos protege.

¿En qué creen los que no creen?
En la música y la noche.



Nada notable
Cuadrivio, 2018

sábado, 20 de octubre de 2018

Libro centroamericano de los muertos


SERMÓN DEL MIGRANTE

(BAJO UNA CEIBA)


Declaro: Que mi amor por Centroamérica muere conmigo.
Francisco Morazán

Y Dios también estaba en exilio, migrando sin término;
viajaba montado en La Bestia y no había sufrido crucifixión
sino mutilación de piernas, brazos, mudo y cenizo todo Él
mientras caía en cruz desde lo alto de los cielos,
arrojado por los malandros desde las negras nubes del tren,
desde góndolas y vagones laberínticos, sin fin;
y vi claro cómo sus costillas eran atravesadas
por la lanza circular de los coyotes, por la culata de los policías,
por la bayoneta de los militares, por la lengua en extorsión
de los narcos, y era su sufrimiento tan grande
como el de todos los migrantes juntos, es decir,
el dolor de cualquiera ; antes, mientras estaba Él en Centroamérica,
esa pequeña Belén hundida en la esquina rota del mundo,
nos decía en su sermón del domingo, mientras bautizaba
a los desterrados, a los expatriados, a los sin tierra,
a los pobres, en las aguas del agonizante río Lempa:
“El que quiera seguirme a Estados Unidos,
que deje a su familia y abandone las maras, la violencia,
el hambre, la miseria, que olvide a los infames
caciques y oligarcas de Centroamérica y sígame”;
y aún mientras caía, antes aun de las mutilaciones,
antes de que lo llevaran al forense hecho pedazos
para ser enterrado en una fosa común como a cualquier otro
centroamericano, como a los cientos de migrantes
que cada año mueren asesinados en México,
mientras caía con los brazos y las piernas en forma de cruz,
antes de llegar al suelo, a las vías, antes de corta Su carne
las cuadrigas de acero y los caballos de óxido de La Bestia,
antes de que Su bendita sangre tiñera las varias coronas de espinas
que ruedan sobres los rieles clavados con huesos
a la espalda del Imperio mexica, el señor recordó en visiones
a su discípulo Francisco Morazán y le dio un beso en la mejilla,
y tomó un puñado de tierra centroamericana y ungió con ella
 su corazón y su lengua, y recordó que Morazán le preguntó una vez,
mientras yacían bajo la sombra de una ceiba,
aquella en la que había hecho el milagro de multiplicar el aguardiente
y las tortillas: “Maestro, ¿qué debemos hacer si nos detienen
y nos deportan?”, a lo que Él respondió: “Deben migrar setenta
veces siete, y si ellos les piden los dólares y los vuelven a deportar,
denles todo, la capa, la mochila, la botella de agua, los zapatos,
y sacudan el polvo de sus pies, y vuelvan a migrar nuevamente
de Centroamérica y de México, sin voltear a ver más nunca, atrás…”

Balam Rodrigo (Villa de Comaltitlán, Soconusco, Chiapas – 1974)
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