sábado, 25 de noviembre de 2017

Tres poemas de Ives Bonnefoy


 La noche

La noche, es decir, verde, azules y un poco de rojo muy oscuro que muerde con su grumos lo bajo de la página. Escribo de prisa la palabra charco, la palabra estrella. Escribo nacimiento. Escribo pastores y reyes magos. Escribo que rompo un foco y todo se vuelve negro.


La tarea de inexistir

Me hablaron de una civilización dotada de todos los recursos del marmolero, del fundidor, y que era heredera de un arte clásico que gustaba de colocar efebos desnudos y corés en los cruceros de las ciudades o en la penumbra de los templos. Pero esta nueva época no quería más estatuas. No tenían más que zócalos vacíos donde a veces se encendía un fuego que doblegaba el viento del mar. Los filósofos dijeron que son ésos, los lugares desiertos, las únicas obras que valen — asumiendo entre el vulgo ingenuo la tarea de inexistir.



Me hablaban

Me decían no, no cojas eso, no, no toques, eso quema. No, no intentes tocar, sostener, eso pesa mucho, eso lastima.
            Me decían: lee, escribe. Y yo hacía el intento, tomaba una palabra, pero se debatía cloqueando como una gallina despavorida, lastimada, en una jaula de paja negra con viejas manchas de sangre.


Tomados de Las uvas de Zeuxiz
Era
2013
Traducción de Elsa Cross

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