sábado, 8 de octubre de 2022

De la casa

 

El enchufe, caray

 

A la memoria de Xhevdet Bajraj.

Para Mariana y Raúl, siempre.

 

Nos encontramos en la embajada chihuahuense,

ese lugar con bandera como camisa de cuadros

que se encontraba en el centro de una santa

llamada María y su velo era una ribera

desde donde veíamos a Bergman, la muerte, el mar.  

Bebemos y fumamos como si no supiéramos

hacer otra cosa, los gatos

nos rodean como guardaespaldas,

pero lo que cuidan en verdad es el espíritu

de ese momento lleno de humo que se escapa.  

Te escucho. Reímos. Es la primera

vez que nos vemos, pero qué calor tan gemelo.

Tu amada Vjollca ríe mientras acaricia a Pipo,

te burlas de los poetas que se toman demasiado en serio,

comienzan las anécdotas, la guerra,

tus pasos enlodados de días y días,

tu acento escondido, los perros

amados y los familiares perdidos,

el nacer en un país que ya no existe.

Ningún país existe en realidad.

¿Y tú qué? Me preguntaste.

Nada, vengo de allá de donde vino tu Raúl

y trato de no tomarme tan enserio

y este muchacho dramaturgo

que ves a mi lado no es mi novio

y hace poco leí tu libro

y lloré mucho porque el tamaño de tu dolor

es tan grande que nos abraza a todos

y nos da el derecho a soñar

y a sembrar flores donde otros siembran cuerpos

y te reíste y la casa tembló un poco con tu risa

y aproveché el descuido y te robé un cigarro

riéndome también de tan feliz

y te presté un libro que no te gustó

pero siempre fuiste tan amable, caray, tan cuate,

no, mano, no, y con eso decías todo.

Ahora que te has ido abro tu libro y me hablas

como esa primera vez en la ribera.

Estas lágrimas, Xhevdet, son hijas de la alegría.


 

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