sábado, 25 de noviembre de 2017

Tres poemas de Ives Bonnefoy


 La noche

La noche, es decir, verde, azules y un poco de rojo muy oscuro que muerde con su grumos lo bajo de la página. Escribo de prisa la palabra charco, la palabra estrella. Escribo nacimiento. Escribo pastores y reyes magos. Escribo que rompo un foco y todo se vuelve negro.


La tarea de inexistir

Me hablaron de una civilización dotada de todos los recursos del marmolero, del fundidor, y que era heredera de un arte clásico que gustaba de colocar efebos desnudos y corés en los cruceros de las ciudades o en la penumbra de los templos. Pero esta nueva época no quería más estatuas. No tenían más que zócalos vacíos donde a veces se encendía un fuego que doblegaba el viento del mar. Los filósofos dijeron que son ésos, los lugares desiertos, las únicas obras que valen — asumiendo entre el vulgo ingenuo la tarea de inexistir.



Me hablaban

Me decían no, no cojas eso, no, no toques, eso quema. No, no intentes tocar, sostener, eso pesa mucho, eso lastima.
            Me decían: lee, escribe. Y yo hacía el intento, tomaba una palabra, pero se debatía cloqueando como una gallina despavorida, lastimada, en una jaula de paja negra con viejas manchas de sangre.


Tomados de Las uvas de Zeuxiz
Era
2013
Traducción de Elsa Cross

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Carta abierta para Juan Cirerol




Te conocí en un video de Youtube bien pinche. Una cámara te acompañaba en tu día. Tocando de arriba para abajo, contando un poco de tu historia. Sacando treinta baros para la caguama. Hice click. Había vibra, había banda. Este cabrón se la sabe, pensé. Falta ese tipo de humildad en la música de este maldito país, pensé. Cometí el error que cometo seguido en muchos aspectos de mi vida: te idealicé. Tus rolas me acompañaron un chingo de tiempo. En Chihuahua y en la CDMX, esa de la que ahora te burlas. Te escuché siendo nadie y te veía ahora en las pantallas del metro siendo más o menos alguien. A huevo, pensé. A este cabrón ya no lo detiene nada, pensé. Lo de las drogas se pasa rápido, me decía. El carácter que tiene es el de un rockstar, qué chingados se escaman, me justificaba. Y si llegué a soltar todas estas palabras fue porque nunca te metiste con la banda. Tenía tus broncas con un que otro pendejo, pero nada realmente grave. Ahora sólo puedo decir: se te fue el personaje, viejo. Le quitaste a tu producto la poquilla máscara de humildad y buena onda que le quedaba. Te alejaste. Te perdiste en el ladrillo en el que andabas y del que esperabas no sé qué cosa. Está cabrón abrir los ojos de esta manera, pero te lo agradezco.  Me despido de tu música. Es lo único que puedo hacer. Te valdrá madres pero, sólo en esta ocasión, a mí me vale más. Chido, viejón. Que la vida te sea leve.




Arturo Loera 
(Chihuahua, 20 de septiembre, 2017)