viernes, 7 de abril de 2023

El indescriptible cinismo de la poesía, Adam Zagajewski

El universo interior, donde la poesía es la soberana absoluta, tiene la particularidad de ser inefable. Es como el aire; aparecen en él corrientes, diferencias de temperatura y tormentas, pero su propiedad primordial es la transparencia total y absoluta. ¿Cómo actúa, pues, ese universo interior, que es inefable y, no obstante, nada desea tanto como expresarse? Se sirve de un subterfugio. Finge estar interesado, y mucho, por la realidad exterior. ¿Se hunde un gran estado? Estupendo, el universo interior está encantado: ya tiene un tema. La muerte aparece en el horizonte. El universo interior, que se cree inmortal, se estremece de alegría. ¿Una guerra? ¡De maravilla! ¿Un sufrimiento? ¡Albricias! ¿Los árboles? ¿Las rosas marchitas? ¡Todavía mejor! La realidad. ¡Bravo! La realidad es simplemente imprescindible; si no existiera habría que inventarla.

            La poesía se esfuerza por engañar a la realidad; finge preocuparse por sus pesares. Menea compasivamente la cabeza. Ay, otro terremoto—dice—. Oh, una nueva injusticia. Otra inundación, otra revolución. Otra vez alguien ha envejecido.

            La poesía teme que su secreto se descubra. Un día, la realidad se percatará de que el corazón de la poesía está frío. O que la poesía no tiene corazón, sino unos ojos enormes y un oído muy fino. De pronto, la realidad comprenderá que no ha sido para la poesía más que un pozo inagotable de metáforas, y se esfumará. La poesía se quedará sola en el mundo, muda, vacía, triste e intransmisible.

 

Adam Zagajewski

Dos ciudades, pág. 206, Acantilado.

Traducción de J. Slawomirski y A. Rubió 

 

 

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